23 abr 2011

Día diez: probando... uno, dos...

Conversación vespertina (a modo de tanteo ocasional e improvisado):

Menda: Pues yo no creo que me case, y mucho menos con un chico.
Mis padres (nótese: al unísono): Bueno, venga... Lo que faltaba por oír. A ver si te vas a casar con una chica, ¿o qué?
Menda: ¿Y qué pasaría? No es tan raro. Medio mundo lo hace...
Mis padres (de nuevo al unísono): Deja de decir tonterías, anda.

Lo más triste es que se lo han tomado a broma. Con la poca gracia que yo suelo tener por lo general...

10 abr 2011

Día ocho: confusión moral

Es curioso cómo a medida que crecemos tenemos cada vez menos cosas claras. Quizá tenga que ver con que acumulamos más cantidad de preguntas sin contenstar, a un ritmo proporcional al que surjen los interrogantes. Muchas veces tratamos de rellenarlas con la propaganda que obtenemos de otras personas, de otros espacios, de esas ametralladoras de palabras que nos amenazan constantemente cada día. Pero son capas de pintura nada más. Debajo siguen estando las grietas. A veces nos damos cuenta de ellas.

Yo siempre he tenido las ideas muy claras. Me ha faltado arrojo o decisión, pero mi vida no ha tenido muchas complicaciones y el entorno en el que me ha tocado vivir siempre me ha ayudado a solventar los problemas sin apenas dificultades. Una de las cosas que más me han sorprendido de mí misma estos últimos meses ha sido mi inconsciente cambio de actitud y de opinión con respecto al matrimonio homosexual.

En realidad no sé siquiera si alguna vez me he planteado casarme. No le he dado importancia, tampoco he vivido la ocasión en la que debiera planteármelo. Sí es verdad que muchas veces he pensado que el Estado nunca tendría por qué afirmar nada sobre una cuestión personal (más aún un afecto). La religión es otro tema. Éste lo respeto profundamente, porque es una elección de cada persona. No así el Estado.

En cambio, dejando a un lado los valores personales o la ideología que poco o nada pueden hacer ya en el momento y en la sociedad en que vivimos (y en esto soy profundamente pesimista, creo que es en lo único en lo que lo soy), lo más útil es ser realista. Y tal y como están las cosas, si tienes la suerte de proyectar tu vida futura al lado de la de otra persona que amas lo más sensato es legalizarlo. Igual que comprar una casa si tienes proyectado pasar el resto de tu vida en la misma ciudad. Ya sé que es una visión muy poco romántica, pero es que para mí el romanticismo termina justo cuando dentro del amor entre dos personas (el cual no tiene límite) ha de intervenir un agente externo tan feo como el Estado. Y en esta práctica visión de las cosas ha tenido mucho que ver la primera historia de la película If these walls could talk (Si las paredes hablaran). Recomendabílisima. 

Por diversas cuestiones de la vida, yo me opuse en su momento a la aprobación de la ley de matrimonio homosexual. Quizá esté escribiendo esto por esas zancadillas de la vida que con el tiempo te ponen en tu sitio. Y trate así de purgarlo. Cuando yo misma me he visto (sin quererlo ni beberlo) como protagonista de esta historia -o, mejor dicho, como potencial futura protagonista- me he planteado el tema en serio. Y entonces es cuando me he deshecho de ese bote de pintura que había puesto en su momento y me he dado cuenta de que a mí me gustaría poder casarme con la persona que ame, que seguramente será una mujer. Aunque no sé si lo haré, pero sí me gustaría siquiera poder tener la opción para elegir. Y, por tanto, el tiempo me ha llevado a encontrarme en el otro punto del debate. Algo que tampoco me avergüenza, pero sí es más difícil de lo que imaginaba. Creo que es la primera vez en mi vida que paso del blanco al negro con un simple salto. Y me siento orgullosa de haberlo hecho. Hasta lloré al ver el episodio de la boda entre Maca y Esther. Es más, yo creo que fue ese episodio el que me permitió cambiar de postura al respecto.

Dejando a un lado la paja del asunto, que no debería ser tan política como moral -pero ya sabemos lo que pasa en este país-, se me ha planteado una cuestión añadida que me tiene confusa. Es como un no parar. La pregunta que, una vez resuelta, lleva a otra pregunta. Y yo me siento un poco niña con este tema.

Aceptando ya de hecho que dos personas de un mismo sexo puedan casarse por el hecho de que cumplan la misma motivación (tengan las mismas razones) que les llevan a una pareja de distinto sexo a legalizar su relación amorosa... hay una pregunta que retumba mucho en mi interior heredada de aquella otra época. ¿Dónde está el límite? O, mejor dicho, ¿hay un límite? Es decir, si mañana hay tres personas que se aman y desean legalizarlo, ¿qué hacemos? ¿Se permitiría un matrimonio entre tres personas? ¿Alguien tiene respuesta?

Confirmo la completa confusión de mis ideas y valores al respecto. Me he quedado sin argumentos. Además, no soy ningún ejemplo de firmeza.




El matrimonio Arnolfini, de Jan Van Eyck


8 abr 2011

01:52


¿Por qué se supone que debo querer a un hombre,
cuando a mí lo que me encantaría es mirarte desnuda?



Fotografía: Helmut Newton (1999)

6 abr 2011

Día siete: recensión

Una de las cosas que siempre me impidieron dar este paso fue pensar en el futuro. En cierto modo, me aterrorizaba (y aún me sigue asustando un poco) imaginarme en el futuro haciendo esto sin estar segura del todo. Es decir, que por cualquier motivo, diera el paso y descubriera que estaba equivocada y realmente no me gustaban las mujeres. Me imaginaba ante mis hijos diciéndoles: "una vez besé a una mujer, pero me di cuenta de que no me gustaba, y por eso ahora estoy enamorada de vuestro padre".

Vale, dicho esto, también tengo que aclarar que pasado un tiempo desde el principio de esta historia, me he dado cuenta de que tampoco hay nada malo en ello. Y que, en el caso de que esté equivocada -aunque cada día tengo más certeza de que no será así-, ¿por qué tenía tanto miedo? Claro que yo siempre he sido poco partidaria de que para saber si algo te gusta, tienes que probarlo primero. En cierto modo, cuando ni siquiera he besado a una mujer sé que el día que lo haga, me gustará. Y un dulce temblor atravesará mi alma. Igual que sé que París me iba a gustar antes de conocerlo, igual que sé que no me gusta fumar cuando nunca he fumado, e igual que sabes que una persona puede ser especial antes de conocer siquiera su nombre. 

Así que precisamente aquel miedo a equivocarme me impidió durante muchas veces haberme dado cuenta de que realmente no iba a equivocarme. Y por eso, afortunadamente, estoy escribiendo esta línea.

Esta tarde pensaba precisamente en que hubo un momento decisivo en este viaje. El punto de partida de esta historia. El momento en que el avión despegó. Aunque antes del viaje ya hubo una cierta planificación, llevaba un tiempo pensando y reflexionando, sí que recuerdo con especial importancia un fin de semana de hace unos cinco meses. Fue con la película Habitación en Roma. La había visto anunciar tiempo atrás, y precisamente una de las escenas del trailer me llamó mucho la atención, pero de nuevo me negué a darme cuenta de este hecho. Ese fin de semana me decidí a ver la película. Recuerdo un montón de sudores atravesando el cuerpo al tomar esta decisión. Era como enfrentarse al miedo de golpe y porrón. De hecho, no recuerdo haber pasado tantos sudores en mi vida. Menos mal que era invierno... Aquella película -aquel fin de semana- fue seguramente un antes y un después. Sentí algo que nunca antes había sentido. Un rayo de luz. No sé. Un momento de lucidez. Un algo. Todo eso me dio mucho que pensar.

Si aquello marcó el inicio de este viaje, y como hoy va de cine la cosa, no puedo dejar de hablar de una película que se ha convertido en mi película favorita, pese a que yo nunca tuve una película favorita (porque me gustan muchas películas). Loving Annabelle. Sin duda alguna, es la historia más hermosa que he conocido. Y es seguramente la que me ha ayudado durante todo este tiempo a darme cuenta de que estoy trazando el camino adecuado. Y de que, pese a las dudas y desperfectos de este viaje, me siento feliz al despertar cada día desde aquel fin de semana.



3 abr 2011

Día seis: rodeada de gente

Estos días se celebra en mi ciudad una especie de ciclo de cine lgtb, por decirlo de algún modo que se suela decir (aunque no soy muy partidaria de ponerle siglas a las cosas, que bastante amplio y bello es el idioma, pero por esta vez pasa). No está mal para ser una ciudad donde nunca se celebra nada. Además del sol que luce -mejor dicho, lucía, esta semana- ha sido una magnífica oportunidad para salir a la calle. No es que una necesite que monten un ciclo de cine para salir de casa. Me refiero a que era una buena oportunidad para acercarme a una situación más o menos pública pero no muy de sopetón. Vamos, que con la excusa de ir al cine a ver una película de temática podía curiosear un poco qué se cuece por ese ambiente y probarme a mí misma una vez más.

Tengo que confesar, porque si no lo hago, no estaría siendo sincera con el propósito de este blog ni conmigo misma, que tuve bastante miedo. De hecho, me sorprende la cantidad de ideas que pasan por la cabeza de una sólo por el simple hecho de que vaya a hacer algo en relación con este tema fuera de las cuatro paredes de mi casa.

Para empezar, tenía ganas de ir. Eso estaba claro. Había un par de películas que me interesaban especialmente. No sólo por ser historias de mujeres, sino porque se presentaban en versión original (francés e inglés principalmente). Y como la autocensura tan característica de una se hace fuerte en estos momentos de dudas, pues necesitaba algo así como un chorretón de excusas para tomar la decisión de ir, una de las cuales incluía la tan rídicula idea de que así aprovecharía para aprender otros idiomas y de que sería la excusa perfecta para que en casa nadie notase nada raro (mamá, me voy a ver una peli que echan en el cine en francés, y así práctico un poco). Sí, ya sé que parece una completa estupidez. Y que todo sería más sencillo (y sincero) si de una vez por todas le cuento a todo el mundo lo que me pasa y no tengo que andarme con estas miserias. Pero tiendo a pensar que de momento no sería lo conveniente y prefiero ir poco a poco. Primero yo, luego el resto. El caso es que tenía ganas y excusa para ir. Hasta ahí perfecto. Entonces, empezaron a surgir las dudas.

Dudas varias que pasaron por mi cabeza a modo de resumen:
¿y si de repente al ir al cine hay un cártel gigante con el título del ciclo en la puerta y me encuentro con alguien conocido a la puerta? ¿Qué le digo? ¿Que pasaba por allí y me dije a ver qué es esto? ¿Qué hago yo allí? ¿Se me está yendo la pinza? ¿Qué tengo que demostrarme a mí misma? ¿Acaso tengo que ocultarme que tengo ganas de ir? ¿Por qué tengo que mentir cuando la mentira me desagrada tanto? ¿Por qué me estoy haciendo tantas preguntas? ¿Por qué no voy y punto? ¿Por qué no empiezo a actuar de forma coherente? ¿Con lo fácil que sería bajarme las peliculas y verlas en casa? ¿Y si todo está lleno de gente rara y me siento fatal en el momento en que entre al cine? ¿Y si hay alguien conocido dentro del cine y me ve? ¿De verdad tienes que hacer esto? ¿Seré imbécil? ¿Acaso no es una buena oportunidad para dar un paso más en este viaje de autodescubrimiento? ¿Qué puedo perder? ¿Qué puedo ganar?

Ejem...

Al final, me dije que por el camino lo pensaría. Y si en algún momento me sentía mal, me volvía a casa y punto. No tengo que forzarme a nada. Se trata de ir poco a poco probando sensaciones.

Cual fue mi sorpresa que llegué al cine, pagué la entrada (más barata de lo normal, por cierto, lo cual atribuí ingenuamente a una de esas señales de la vida que te dice: "ves, no es para tanto, estás en el momento adecuado en el lugar oportuno, sigue adelante") y entré en la sala sin duda ninguna. Con las ideas claras. De hecho, al entrar en la sala recuerdo haber respirado aliviada, fue como otro de esos momentos de liberación personal que tan bien me hacen sentir. Había gente de todo tipo. Sí es verdad que por lo general abundaban las mujeres, pero también había hombres. Y había alguna que otra pareja de mujeres haciéndose carantoñas, lo cual me provocó de nuevo una sensación de ternura y fascinación a la que últimamente -afortunadamente- me estoy aficionando demasiado. No estaba mal. No era ningún bicho raro. La película fue bonita, especialmente el final, que llegó a sorprenderme. Lo único desagradable fue notar que, como siempre, la gente empezó a hacer ruidos y a levantarse e irse antes de que salieran los créditos, cuando además la melodía que sonaba en ese momento era realmente preciosa y lo que cruzaba el interior, una sensación muy especial. Pero esto de la falta de estética y sensibilidad de algunas personas no es algo nuevo.

Salí y regresé a casa contenta, liberada, llena de satisfacción por haber dado un nuevo paso con el espejo en mi mochila. Y no haber salido chamuscada en el intento, sino todo lo contrario: mucho más tranquila y aclarada. De hecho, hoy repito. Segurísimo.

Ésta es la canción de los créditos de la peli que vi. Tan hermosa. Siempre me recordará uno de estos momentos especiales en este largo y cada vez más sensacional viaje.