20 sept 2011

Claridad

A veces la geografía nos aleja no sé ya cuántos kilómetros,
si dirección sur o dirección este,
y sin embargo yo cada vez te siento más cerca
y siempre tengo claro que estás conmigo, a mi lado,
 a la izquerda o a la derecha, pero de la mano
cruzando juntas piedra a piedra el camino.

A veces las personas nos hablan y nos dicen y nos cuentan
cosas que no sabemos muy bien a qué vienen, por qué a nosotras,
y sin embargo yo cada vez te escucho más claro, más fuerte,
incluso en tus silencios me sobran las comas: 
tu voz es ya como el viento del mar que sopla imparable. 

A veces las normas dictan y las normas enmudecen,
y surgen cientos de dudas y de incertidumbres y marañas;
sin embargo, tengo muy pocas cosas claras en la vida,
pero tú me has enseñado algo que antes no conocía: 
eres la certeza que ilumina con rotundidad mi alma
y la verdad me surge día a día con tus letras esmaltadas en plata. 

A veces ya no sé si voy o vengo, si hablo o callo,
si me llamo o me deshago en la vorágine que me rodea,
pero es tan bonita tu luz, tan clara y transparente, tan linda, 
que a veces siento que soy toda la oscuridad del universo
para que tú me atravieses y me llenes de vida. 


15 sept 2011

Día catorce: multitudes y soledad

Ayer de nuevo vi dos mujeres darse un beso en los labios en el interior de un coche. Fueron unos segundos, apenas, pero me dio la sensación de que duró una eternidad. Esta vez ya no me eché a temblar. Me quedé mirando fijamente, como embobada, intentando llenarme del romanticismo que se desprendía, casi sin querer, de la escena. El atardecer también ayudaba, claro. Hasta que me di cuenta de que estaba siendo un poco descarada, y entonces pensé que sería más acertado dejarlas algo de intimidad. Pero aún tuve la tentación de volverme al haberlas sobrepasado por la acera. Y al ver sus siluetas en el interior del coche, me sonreí. Y una tremenda sensación de plenitud me fue, de pronto, devuelta.

Me sucedió algo más. Me sentí consciente por primera vez de la idea que surcó por mi mente sin querer borrarla inmediatamente. Pensé en que el mundo sería sin duda más sencillo si estuviéramos acostumbrados a contemplar escenas así con más frecuencia. La excepcionalidad de dos mujeres besándose es lo que le confiere ciertos rasgos de atractivo exotismo para algunos, un vértigo en el estómago para otros, la mayor de las extrañezas seguidas de un gesto de conmiseración para otros. Pero, ¿qué ocurriría si de cada diez parejas que nos cruzaramos por la calle paseando de la mano tres estuvieran formadas únicamente por mujeres? ¿Acaso seguiría costando tanto mostrarse en la misma situación? ¿Acaso sería tan raro y duro confesárselo a tus amigos, a tu familia? ¿No estarían más acostumbrados?

En cierto modo, lo que me pasó es que me sentí identificada. Es tan difícil luchar por algo cuando estás tú solo, que el simple hecho de saber que hay más gente como tú, te tranquiliza. Aunque la batalla sea igual de difícil. La sociedad nos influencia más de lo que nos gustaría. Y por mucho que una tenga sus creencias, sus valores, su moral, a veces es agradable sentirse entre la mayoría, más que por la comodidad de esto, por no estar en la incomodidad y presión de formar parte de la minoría.

Por un momento ayer hube deseado que toda la calle y toda la ciudad y todo el mundo estuviera lleno de parejas de mujeres besándose. Una idea un poco estúpida, lo sé. Pero entonces yo también te habría besado sin complejos, si hubieras estado a mi lado. Me duele admitir que, de momento y en este escenario, no puedo besarte ahí fuera, más que en alguna que otra ocasión en la que tendemos a olvidar todo lo demás y dejarnos llevar. Pero espero ganar la fuerza que me ayude a hacerlo algún día, contigo a mi lado.



  

4 sept 2011

Sin muros hay más claridad

El primer día que me percaté conscientemente de que me gustaban las mujeres, una estúpida idea se abalanzó de inmediato en mi mente: entonces tendré menos probabilidad de encontrar pareja. Con el tiempo me he dado cuenta de que esto no es así. No porque en un sentido plenamente racional no se hayan reducido, sino porque he abierto mi mente y mi alma a otra experiencia completamente distinta. He aprendido al fin a amar, no un envoltorio o un contexto, sino al auténtico reflejo de mi ser, que como tal, existe. Y por eso, muchas veces me da la sensación de que es la primera vez que estoy sintiendo el amor en su claridad absoluta, en su médula luminosa, en todo su esplendor y magnitud. Y eso me llena de satisfacción y orgullo. Además de haberme hecho descubrir algo maravilloso de la vida.
Hay algo admirable en las personas que son capaces de amar a alguien del mismo sexo. Al igual que aquellas que son capaces de amar a una persona sea rubia o morena, a una alta o baja, a una edad u otra. La ausencia –o mengua, para ser más cautos- de limitaciones. Esa falta de limitaciones físicas permite que cuando el amor crezca no se deje arrastrar por un cauce construido artificialmente, sino que se expanda libremente hasta donde alcance. Cuando obstaculizamos una fuerza tan libre como el amor, cuando construimos una pared de ladrillo y lo moldeamos a nuestro antojo, entonces… no sé por qué nos lamentamos cuando aparecen grietas, se derrumba, se escapa, es más tibio, breve, simple o pequeño de lo que preferiríamos. Es como introducir un tornado en una caja de cartón. No hay mayor grandeza que aquella que permite a las fuerzas naturales crecer en libertad.
Veo algo similar en la afirmación “a mí me gustan las rubias” de lo que hay en “a mí me gustan los hombres”. Limitaciones a priori. No creo que sea una cuestión de gusto, pues la mayor parte de las personas que afirman esto jamás se ha permitido adentrarse en algo distinto. Por eso me siento afortunada, porque con lo poco dada a experimentar que yo soy, me he sentido arrastrada quizá por inercia, quizá porque haya una parte un tanto visionaria dentro de mí, a darme cuenta de que el cuerpo es simplemente una excusa. Y que lo que realmente importa está dentro. Eso es lo que realmente amas, cuando amas a una persona, con y sin su cuerpo. Al menos en mi concepción personal del amor. Y que la ausencia de limitaciones regala un paraíso tan preciado como aquel a quien su falta de temor le permite explorar tierras inalcanzables para el resto. Y disfrutarlas.



No sé cuántos días después...

Ahora me doy cuenta de que no veía tantas veces aquella película en la que dos mujeres se besaban solamente porque me gustara el cine, ni el arte en general, como me repetía una y otra vez.