21 nov 2011

Día dieciséis: contrariedad


Por algún motivo, hace un tiempo me imaginé esta etapa como un camino de constante duda que no acabaría nunca, que iría hacia atrás y hacia delante, que me haría titubear cada poco y no saber qué dirección tomar. Y pensaba que, llegada a este punto, todo serían quebraderos de cabeza, sudores, incertidumbre, problemas, desconfianzas, inseguridades, frustración y más dudas. Estaría ofuscada, confusa, perdida, y todo sería difícil y turbio.
Sin embargo, la sensación que a ratos me embarga no tiene que ver con eso. En algunos momentos puntuales siento vértigo, casi miedo, pero por tener las ideas tan claras. Es la seguridad, la libertad tan grande, la certeza, la tranquilidad, la normalidad, la nitidez, la sencillez, la felicidad, la confianza, el bienestar y el saber que seguramente por esto no haya vuelta atrás, lo que me asusta de haber emprendido este camino. Cuando mi parte racional me indica una y otra vez que en la realidad estoy explorando algo oscuro y recóndito de mí misma y de lo demás donde nunca pude siquiera imaginar encontrarme. Y quizá esa parte de miedo no se vaya nunca de mí.






Buscaba esta canción cuando encontré estas imágenes...




1 oct 2011

Día quince: lo que esconden mis paredes

Ya casi va a pasar un año desde que la viera la primera parte de la película If these walls could talk. Me dejó en el cuerpo una sensación que nunca antes había sentido por nada. Y todavía permanece. Me marcó muy a fondo. Algo que quizá fuera una mezcla entre una inmensa ternura y espanto. Algo muy parecido a la sensación de atravesar la primera puerta de este largo viaje que recorro, y que creo que sólo aquellos que lo hayan recorrido alguna vez comprenderán del todo. Ojalá me equivoque.  


Alunizando y alucinando

Me he quedado atónita leyendo algunos de los comentarios -especialmente el nº 47 y el 71- de esta noticia.

Hay gente que dice que no es natural, que se pega, que es una desviación, un exhibicionismo, que se quiere llamar la atención, que es un comportamiento inadecuado, perseguible, modificable, heterodoxo, exagerado, denunciable, asqueroso. deshinibido, desordenado, irrespetuoso..., que se quiere sacar dinero y fama, que es escandaloso, un constante desfile, y que es imposible, que no puede ser.

Lo peor de todo es que yo también lo he pensado alguna vez... Me da vergüenza reconocerlo, pero es así. Aunque por lo menos me alegro de que la vida me haya hecho descubrirlo y estar segura de lo contrario.

Y posible es.

20 sept 2011

Claridad

A veces la geografía nos aleja no sé ya cuántos kilómetros,
si dirección sur o dirección este,
y sin embargo yo cada vez te siento más cerca
y siempre tengo claro que estás conmigo, a mi lado,
 a la izquerda o a la derecha, pero de la mano
cruzando juntas piedra a piedra el camino.

A veces las personas nos hablan y nos dicen y nos cuentan
cosas que no sabemos muy bien a qué vienen, por qué a nosotras,
y sin embargo yo cada vez te escucho más claro, más fuerte,
incluso en tus silencios me sobran las comas: 
tu voz es ya como el viento del mar que sopla imparable. 

A veces las normas dictan y las normas enmudecen,
y surgen cientos de dudas y de incertidumbres y marañas;
sin embargo, tengo muy pocas cosas claras en la vida,
pero tú me has enseñado algo que antes no conocía: 
eres la certeza que ilumina con rotundidad mi alma
y la verdad me surge día a día con tus letras esmaltadas en plata. 

A veces ya no sé si voy o vengo, si hablo o callo,
si me llamo o me deshago en la vorágine que me rodea,
pero es tan bonita tu luz, tan clara y transparente, tan linda, 
que a veces siento que soy toda la oscuridad del universo
para que tú me atravieses y me llenes de vida. 


15 sept 2011

Día catorce: multitudes y soledad

Ayer de nuevo vi dos mujeres darse un beso en los labios en el interior de un coche. Fueron unos segundos, apenas, pero me dio la sensación de que duró una eternidad. Esta vez ya no me eché a temblar. Me quedé mirando fijamente, como embobada, intentando llenarme del romanticismo que se desprendía, casi sin querer, de la escena. El atardecer también ayudaba, claro. Hasta que me di cuenta de que estaba siendo un poco descarada, y entonces pensé que sería más acertado dejarlas algo de intimidad. Pero aún tuve la tentación de volverme al haberlas sobrepasado por la acera. Y al ver sus siluetas en el interior del coche, me sonreí. Y una tremenda sensación de plenitud me fue, de pronto, devuelta.

Me sucedió algo más. Me sentí consciente por primera vez de la idea que surcó por mi mente sin querer borrarla inmediatamente. Pensé en que el mundo sería sin duda más sencillo si estuviéramos acostumbrados a contemplar escenas así con más frecuencia. La excepcionalidad de dos mujeres besándose es lo que le confiere ciertos rasgos de atractivo exotismo para algunos, un vértigo en el estómago para otros, la mayor de las extrañezas seguidas de un gesto de conmiseración para otros. Pero, ¿qué ocurriría si de cada diez parejas que nos cruzaramos por la calle paseando de la mano tres estuvieran formadas únicamente por mujeres? ¿Acaso seguiría costando tanto mostrarse en la misma situación? ¿Acaso sería tan raro y duro confesárselo a tus amigos, a tu familia? ¿No estarían más acostumbrados?

En cierto modo, lo que me pasó es que me sentí identificada. Es tan difícil luchar por algo cuando estás tú solo, que el simple hecho de saber que hay más gente como tú, te tranquiliza. Aunque la batalla sea igual de difícil. La sociedad nos influencia más de lo que nos gustaría. Y por mucho que una tenga sus creencias, sus valores, su moral, a veces es agradable sentirse entre la mayoría, más que por la comodidad de esto, por no estar en la incomodidad y presión de formar parte de la minoría.

Por un momento ayer hube deseado que toda la calle y toda la ciudad y todo el mundo estuviera lleno de parejas de mujeres besándose. Una idea un poco estúpida, lo sé. Pero entonces yo también te habría besado sin complejos, si hubieras estado a mi lado. Me duele admitir que, de momento y en este escenario, no puedo besarte ahí fuera, más que en alguna que otra ocasión en la que tendemos a olvidar todo lo demás y dejarnos llevar. Pero espero ganar la fuerza que me ayude a hacerlo algún día, contigo a mi lado.



  

4 sept 2011

Sin muros hay más claridad

El primer día que me percaté conscientemente de que me gustaban las mujeres, una estúpida idea se abalanzó de inmediato en mi mente: entonces tendré menos probabilidad de encontrar pareja. Con el tiempo me he dado cuenta de que esto no es así. No porque en un sentido plenamente racional no se hayan reducido, sino porque he abierto mi mente y mi alma a otra experiencia completamente distinta. He aprendido al fin a amar, no un envoltorio o un contexto, sino al auténtico reflejo de mi ser, que como tal, existe. Y por eso, muchas veces me da la sensación de que es la primera vez que estoy sintiendo el amor en su claridad absoluta, en su médula luminosa, en todo su esplendor y magnitud. Y eso me llena de satisfacción y orgullo. Además de haberme hecho descubrir algo maravilloso de la vida.
Hay algo admirable en las personas que son capaces de amar a alguien del mismo sexo. Al igual que aquellas que son capaces de amar a una persona sea rubia o morena, a una alta o baja, a una edad u otra. La ausencia –o mengua, para ser más cautos- de limitaciones. Esa falta de limitaciones físicas permite que cuando el amor crezca no se deje arrastrar por un cauce construido artificialmente, sino que se expanda libremente hasta donde alcance. Cuando obstaculizamos una fuerza tan libre como el amor, cuando construimos una pared de ladrillo y lo moldeamos a nuestro antojo, entonces… no sé por qué nos lamentamos cuando aparecen grietas, se derrumba, se escapa, es más tibio, breve, simple o pequeño de lo que preferiríamos. Es como introducir un tornado en una caja de cartón. No hay mayor grandeza que aquella que permite a las fuerzas naturales crecer en libertad.
Veo algo similar en la afirmación “a mí me gustan las rubias” de lo que hay en “a mí me gustan los hombres”. Limitaciones a priori. No creo que sea una cuestión de gusto, pues la mayor parte de las personas que afirman esto jamás se ha permitido adentrarse en algo distinto. Por eso me siento afortunada, porque con lo poco dada a experimentar que yo soy, me he sentido arrastrada quizá por inercia, quizá porque haya una parte un tanto visionaria dentro de mí, a darme cuenta de que el cuerpo es simplemente una excusa. Y que lo que realmente importa está dentro. Eso es lo que realmente amas, cuando amas a una persona, con y sin su cuerpo. Al menos en mi concepción personal del amor. Y que la ausencia de limitaciones regala un paraíso tan preciado como aquel a quien su falta de temor le permite explorar tierras inalcanzables para el resto. Y disfrutarlas.



No sé cuántos días después...

Ahora me doy cuenta de que no veía tantas veces aquella película en la que dos mujeres se besaban solamente porque me gustara el cine, ni el arte en general, como me repetía una y otra vez.






4 jul 2011

Día trece: orgullosa de haber llegado al día trece


Llegada a este punto, en este blog, reflexionar es más díficil de lo que imaginaba. Más si cabe aún escribirlo, aunque esto muchas veces se convierta en un ejercicio obligado que ordeane las ideas, primero en la mente, luego en los ojos. Pero aún así, como me conozco y por experiencia sé que hay momentos en que es mejor forzarse un poquitín a superar los nervios-temores-perezas-diligencias-y-fervores para luego sentirse mucho mejor, voy a intentarlo. 

Llevo todo el fin de semana dándole vueltas a la palabra orgullo. Por lo general yo suelo dejarme llevar mucho en lo estético por la sonoridad. Parece superficial, pero a veces conviene asumir los defectos de una para corregirlos. Y de buenas a primeras no me gusta cómo suena orgullo: al lado de ánade no tiene nada que hacer, es obvio. Pero déjemoslo ahí. Lo que me ha llevado a comenzar este post es otro motivo. De principios.

Afortunadamente -para mí, si acaso para mis padres, pero no para el mundo- hay muchas cosas de las que yo me siento orgullosa. No voy a entrar en detalles porque no viene al caso. Lo que sí es verdad es que nunca he entendido por qué alguien puede sentirse orgulloso de una catalogación. Y encima de la sexualidad de cada uno... Empezando por la catalogación en sí: como etiqueta siempre tiene límites, siempre es cuadrada, representa una parte, un rasgo, un hecho, pero no todo. Somos rubios, morenos, altos, bajos. Si asumimos que son todas características naturales, ¿cabe entonces sentirnos orgullosos de ello? El ser humano es infinitamente complejo, y un catálogo, una descripción, una palabra nunca podría definirlo. Si pretendemos definirnos, estamos acabados. Y si encima queremos celebrar cómo nos definamos, es como si quisiéramos esconder todo el aire en el interior de un simple dedal.

Además, considero que la sexualidad, al igual que otras características, creencias o ideas de cada persona, forman parte de la vida íntima y personal de cada uno. No entiendo por qué entonces habría que manifestarlas públicamente. Alguien podría quererlo, eso hay que respetarlo, pero lo que no entiendo -y hablo desde el respeto y la simple y llana incomprensión o ignorancia- es la necesidad que hay para ello en tantas personas a la vez. Igual que me planteo esta pregunta una y otra vez cuando veo una procesión o un mítin político. Sencillamente, no lo entiendo. Ojalá alguien pudiera hacérmelo entender, de verdad. Se trata de que cada uno es como es. Eso hay que respetarlo siempre. Pero no sé por qué habría que exhibirlo ante los demás. Quizá es que yo sea demasiado entrovertida para este mundo.  

Así pues, personalmente, no entiendo por qué se celebra un día del orgullo gay. De hecho, tiendo más a dejarme llevar por la repetida idea del "si queremos ser iguales, para lo cual hay motivos, y nadie celebra un día del orgullo heterosexual, por qué hay un día del orgullo homosexual". Esto no quiere decir nada. Simplemente necesito razones de peso, que de momento no he encontrado, para pensar que es preciso ponerle un calificativo a un día del calendario y tener un motivo de celebración. Lo cual no quiere decir que esté en contra de la celebración. Pero no entiendo por qué esta excusa y por qué este calificativo. Como si fuera un cumpleaños. Tengo mis dudas acerca del favor que hace perseverar en los límites de una diferencia y no simplemente luchar contra ellos.

Además, el orgullo en sí no tiene consistencia. Si hay tantas razones para estar orgullosos, hablar de orgullo gay me hace sentirme cuando menos inútil. Es como el día de la mujer. Sencillamente, no me gusta celebrar un día por ser mujer. Porque se puede sentir orgullo por el camino recorrido, por las experiencias vividas, por la fuerza interna que cada día creo más que un homosexual tiene respecto a un heterosexual, la lucidez necesaria, la energía de ir contracorriente, las ganas, la perseverancia, el valor... en las dosis que cada uno le ponga, pero que no tienen por qué diferir de las que cualquier otra persona en aras de su situación personal tenga. No por ser gay tiene alguien que estar inmediatamente orgulloso, creo yo. Habrá personas que se sentirán orgullosas de su recorrido. Y otras no. Sin embargo, un sí que puede estar orgulloso de lo que haya vivido, de cómo es integralmente. Pero no por ser gay, sino porque ese hecho le ha traído cosas a su vida que puede celebrar: ese coraje, por ejemplo. Cuestión que no tiene por qué diferir de otras experiencias personales que no tengan que ver con la sexualidad de cada uno.

Por tanto, si de verdad hay que celebrar algo, que sea por favor lo que cada uno haya ganado en todo este tiempo. Que cada uno cierre los ojos, se analice, y se sienta orgulloso de cómo es, de pies a cabeza, de la mente al corazón, de los méritos que ha conseguido, de lo que ha luchado en su recorrido personal y particular. Yo tengo muchas cosas que celebrar desde que empecé este blog. Y estoy orgullosa de mi camino. Pero no creo que sacar la cabeza por la ventana y gritarle al mundo que me gusta una mujer sea la mejor forma de atestiguarlo. Quizá sí lo sea decírselo a ella, quizá sí lo sea sonreír, quizá sí lo sea seguir caminando firme con un espejo en la mochila... Y el nombre de cada uno, en esto, nada tiene que ver. Creo. Aunque a lo mejor me equivoco.

Ahora sí, tengo que admitir que aunque las banderas no me gusten, el arcoiris es taaaaaaaan bonito... y propicio, que necesito ponerlo.


   

28 may 2011

Día doce: desencuentros en la tercera fase

He tenido la necesidad de contárselo a una amiga de (casi) toda la vida. De momento, he tomado la decisión de hacerlo, y he quedado con ella. Resumiendo, después de varios mails preguntándonos qué tal todo, ésta ha sido a grandes rasgos la conversación introductoria:

- Por cierto, tengo novedades que contarte...
- ¿Novedades? ¿Son de las que imagino?
- Sí, tienen que ver con lo que te imaginas, pero para nada son las que te imaginarías.
- Vamos, que las novedades son lo que me imagino, pero lo que no me imagino es con quien...
- Exacto. Y no le des vueltas a nombres porque no vas a acertar.
- Estoy super intrigada con las novedades. ¿Le conozco?
- No, no la conoces.

11 may 2011

(Re)descubriendo a Safo

Hace tiempo que sentí curiosidad por acercarme a la poesía de Safo de Mitilene cuando me crucé con un libro suyo en la biblioteca. Recuerdo haberlo abierto y haber echado un vistazo rápido. A veces, cosas que pasan, hay poemas que transmiten un halo de luz a quien los lee. Son como estrellas, se esconden dentro del papel destellantes y cuando te cruzas con uno y justamente titila en ese instante, tus ojos se detienen en él un momento y te atrapa. Y te devuelve algo muy parecido a la magia. 

En aquel momento el poemario de Safo no me transmitió ningún parpadeo y ninguna magia. De hecho, quizá por la excelsa curiosidad con que me lo tomé o porque yo ya intuía algo sobre mí que no acertaba a retener, por mi mente pasó una sensación de descreímiento o decepción: algo así como un "pues vaya". Seguramente no acerté a abrirlo en el momento que precisaba. A veces también ocurre que la propia vida tiene estas cosas, que los destellos son provocados y que por alguna extraña circunstancia el destello te espera en otro lugar y en otro momento. Y cuando vuelves a releer un poema pasados no sé cuántos años te regala algo que nunca hubieras imaginado antes.

Eso me ha pasado a mí hoy. He vuelto a encontrarme con sus versos, y han radiado una luz extrañamente plena y fecunda. Y me ha sorprendido que por aquel entonces no sintiera ni la más mínima fibra vibrar dentro de mí, porque si a mi corazón le hubieran hecho una autopsia esta tarde habrían descubierto que se trataba de un arpa con todas sus cuerdas agitándose maravillosamente de escala en escala. Y perdón por el lucimiento, pero es que así lo sentía.

Lo curioso es tener la noción de que si hubiera sentido aquella vez lo que he sentido hoy al leerlo, esta inmensa luz, me habría asustado mucho. Y habría salido corriendo despavorida. Y quizá mi vida hubiera sido muy distinta. En cambio, hoy me he sentido de nuevo llena de vida. Todo tiene su momento. Y su por qué. 

Me quedo con los versos que más me han fascinado:


...yo te buscaba y llegaste
y has refrescado mi alma que ardía de ausencia


SAFO





3 may 2011

23 abr 2011

Día diez: probando... uno, dos...

Conversación vespertina (a modo de tanteo ocasional e improvisado):

Menda: Pues yo no creo que me case, y mucho menos con un chico.
Mis padres (nótese: al unísono): Bueno, venga... Lo que faltaba por oír. A ver si te vas a casar con una chica, ¿o qué?
Menda: ¿Y qué pasaría? No es tan raro. Medio mundo lo hace...
Mis padres (de nuevo al unísono): Deja de decir tonterías, anda.

Lo más triste es que se lo han tomado a broma. Con la poca gracia que yo suelo tener por lo general...

10 abr 2011

Día ocho: confusión moral

Es curioso cómo a medida que crecemos tenemos cada vez menos cosas claras. Quizá tenga que ver con que acumulamos más cantidad de preguntas sin contenstar, a un ritmo proporcional al que surjen los interrogantes. Muchas veces tratamos de rellenarlas con la propaganda que obtenemos de otras personas, de otros espacios, de esas ametralladoras de palabras que nos amenazan constantemente cada día. Pero son capas de pintura nada más. Debajo siguen estando las grietas. A veces nos damos cuenta de ellas.

Yo siempre he tenido las ideas muy claras. Me ha faltado arrojo o decisión, pero mi vida no ha tenido muchas complicaciones y el entorno en el que me ha tocado vivir siempre me ha ayudado a solventar los problemas sin apenas dificultades. Una de las cosas que más me han sorprendido de mí misma estos últimos meses ha sido mi inconsciente cambio de actitud y de opinión con respecto al matrimonio homosexual.

En realidad no sé siquiera si alguna vez me he planteado casarme. No le he dado importancia, tampoco he vivido la ocasión en la que debiera planteármelo. Sí es verdad que muchas veces he pensado que el Estado nunca tendría por qué afirmar nada sobre una cuestión personal (más aún un afecto). La religión es otro tema. Éste lo respeto profundamente, porque es una elección de cada persona. No así el Estado.

En cambio, dejando a un lado los valores personales o la ideología que poco o nada pueden hacer ya en el momento y en la sociedad en que vivimos (y en esto soy profundamente pesimista, creo que es en lo único en lo que lo soy), lo más útil es ser realista. Y tal y como están las cosas, si tienes la suerte de proyectar tu vida futura al lado de la de otra persona que amas lo más sensato es legalizarlo. Igual que comprar una casa si tienes proyectado pasar el resto de tu vida en la misma ciudad. Ya sé que es una visión muy poco romántica, pero es que para mí el romanticismo termina justo cuando dentro del amor entre dos personas (el cual no tiene límite) ha de intervenir un agente externo tan feo como el Estado. Y en esta práctica visión de las cosas ha tenido mucho que ver la primera historia de la película If these walls could talk (Si las paredes hablaran). Recomendabílisima. 

Por diversas cuestiones de la vida, yo me opuse en su momento a la aprobación de la ley de matrimonio homosexual. Quizá esté escribiendo esto por esas zancadillas de la vida que con el tiempo te ponen en tu sitio. Y trate así de purgarlo. Cuando yo misma me he visto (sin quererlo ni beberlo) como protagonista de esta historia -o, mejor dicho, como potencial futura protagonista- me he planteado el tema en serio. Y entonces es cuando me he deshecho de ese bote de pintura que había puesto en su momento y me he dado cuenta de que a mí me gustaría poder casarme con la persona que ame, que seguramente será una mujer. Aunque no sé si lo haré, pero sí me gustaría siquiera poder tener la opción para elegir. Y, por tanto, el tiempo me ha llevado a encontrarme en el otro punto del debate. Algo que tampoco me avergüenza, pero sí es más difícil de lo que imaginaba. Creo que es la primera vez en mi vida que paso del blanco al negro con un simple salto. Y me siento orgullosa de haberlo hecho. Hasta lloré al ver el episodio de la boda entre Maca y Esther. Es más, yo creo que fue ese episodio el que me permitió cambiar de postura al respecto.

Dejando a un lado la paja del asunto, que no debería ser tan política como moral -pero ya sabemos lo que pasa en este país-, se me ha planteado una cuestión añadida que me tiene confusa. Es como un no parar. La pregunta que, una vez resuelta, lleva a otra pregunta. Y yo me siento un poco niña con este tema.

Aceptando ya de hecho que dos personas de un mismo sexo puedan casarse por el hecho de que cumplan la misma motivación (tengan las mismas razones) que les llevan a una pareja de distinto sexo a legalizar su relación amorosa... hay una pregunta que retumba mucho en mi interior heredada de aquella otra época. ¿Dónde está el límite? O, mejor dicho, ¿hay un límite? Es decir, si mañana hay tres personas que se aman y desean legalizarlo, ¿qué hacemos? ¿Se permitiría un matrimonio entre tres personas? ¿Alguien tiene respuesta?

Confirmo la completa confusión de mis ideas y valores al respecto. Me he quedado sin argumentos. Además, no soy ningún ejemplo de firmeza.




El matrimonio Arnolfini, de Jan Van Eyck


8 abr 2011

01:52


¿Por qué se supone que debo querer a un hombre,
cuando a mí lo que me encantaría es mirarte desnuda?



Fotografía: Helmut Newton (1999)

6 abr 2011

Día siete: recensión

Una de las cosas que siempre me impidieron dar este paso fue pensar en el futuro. En cierto modo, me aterrorizaba (y aún me sigue asustando un poco) imaginarme en el futuro haciendo esto sin estar segura del todo. Es decir, que por cualquier motivo, diera el paso y descubriera que estaba equivocada y realmente no me gustaban las mujeres. Me imaginaba ante mis hijos diciéndoles: "una vez besé a una mujer, pero me di cuenta de que no me gustaba, y por eso ahora estoy enamorada de vuestro padre".

Vale, dicho esto, también tengo que aclarar que pasado un tiempo desde el principio de esta historia, me he dado cuenta de que tampoco hay nada malo en ello. Y que, en el caso de que esté equivocada -aunque cada día tengo más certeza de que no será así-, ¿por qué tenía tanto miedo? Claro que yo siempre he sido poco partidaria de que para saber si algo te gusta, tienes que probarlo primero. En cierto modo, cuando ni siquiera he besado a una mujer sé que el día que lo haga, me gustará. Y un dulce temblor atravesará mi alma. Igual que sé que París me iba a gustar antes de conocerlo, igual que sé que no me gusta fumar cuando nunca he fumado, e igual que sabes que una persona puede ser especial antes de conocer siquiera su nombre. 

Así que precisamente aquel miedo a equivocarme me impidió durante muchas veces haberme dado cuenta de que realmente no iba a equivocarme. Y por eso, afortunadamente, estoy escribiendo esta línea.

Esta tarde pensaba precisamente en que hubo un momento decisivo en este viaje. El punto de partida de esta historia. El momento en que el avión despegó. Aunque antes del viaje ya hubo una cierta planificación, llevaba un tiempo pensando y reflexionando, sí que recuerdo con especial importancia un fin de semana de hace unos cinco meses. Fue con la película Habitación en Roma. La había visto anunciar tiempo atrás, y precisamente una de las escenas del trailer me llamó mucho la atención, pero de nuevo me negué a darme cuenta de este hecho. Ese fin de semana me decidí a ver la película. Recuerdo un montón de sudores atravesando el cuerpo al tomar esta decisión. Era como enfrentarse al miedo de golpe y porrón. De hecho, no recuerdo haber pasado tantos sudores en mi vida. Menos mal que era invierno... Aquella película -aquel fin de semana- fue seguramente un antes y un después. Sentí algo que nunca antes había sentido. Un rayo de luz. No sé. Un momento de lucidez. Un algo. Todo eso me dio mucho que pensar.

Si aquello marcó el inicio de este viaje, y como hoy va de cine la cosa, no puedo dejar de hablar de una película que se ha convertido en mi película favorita, pese a que yo nunca tuve una película favorita (porque me gustan muchas películas). Loving Annabelle. Sin duda alguna, es la historia más hermosa que he conocido. Y es seguramente la que me ha ayudado durante todo este tiempo a darme cuenta de que estoy trazando el camino adecuado. Y de que, pese a las dudas y desperfectos de este viaje, me siento feliz al despertar cada día desde aquel fin de semana.



3 abr 2011

Día seis: rodeada de gente

Estos días se celebra en mi ciudad una especie de ciclo de cine lgtb, por decirlo de algún modo que se suela decir (aunque no soy muy partidaria de ponerle siglas a las cosas, que bastante amplio y bello es el idioma, pero por esta vez pasa). No está mal para ser una ciudad donde nunca se celebra nada. Además del sol que luce -mejor dicho, lucía, esta semana- ha sido una magnífica oportunidad para salir a la calle. No es que una necesite que monten un ciclo de cine para salir de casa. Me refiero a que era una buena oportunidad para acercarme a una situación más o menos pública pero no muy de sopetón. Vamos, que con la excusa de ir al cine a ver una película de temática podía curiosear un poco qué se cuece por ese ambiente y probarme a mí misma una vez más.

Tengo que confesar, porque si no lo hago, no estaría siendo sincera con el propósito de este blog ni conmigo misma, que tuve bastante miedo. De hecho, me sorprende la cantidad de ideas que pasan por la cabeza de una sólo por el simple hecho de que vaya a hacer algo en relación con este tema fuera de las cuatro paredes de mi casa.

Para empezar, tenía ganas de ir. Eso estaba claro. Había un par de películas que me interesaban especialmente. No sólo por ser historias de mujeres, sino porque se presentaban en versión original (francés e inglés principalmente). Y como la autocensura tan característica de una se hace fuerte en estos momentos de dudas, pues necesitaba algo así como un chorretón de excusas para tomar la decisión de ir, una de las cuales incluía la tan rídicula idea de que así aprovecharía para aprender otros idiomas y de que sería la excusa perfecta para que en casa nadie notase nada raro (mamá, me voy a ver una peli que echan en el cine en francés, y así práctico un poco). Sí, ya sé que parece una completa estupidez. Y que todo sería más sencillo (y sincero) si de una vez por todas le cuento a todo el mundo lo que me pasa y no tengo que andarme con estas miserias. Pero tiendo a pensar que de momento no sería lo conveniente y prefiero ir poco a poco. Primero yo, luego el resto. El caso es que tenía ganas y excusa para ir. Hasta ahí perfecto. Entonces, empezaron a surgir las dudas.

Dudas varias que pasaron por mi cabeza a modo de resumen:
¿y si de repente al ir al cine hay un cártel gigante con el título del ciclo en la puerta y me encuentro con alguien conocido a la puerta? ¿Qué le digo? ¿Que pasaba por allí y me dije a ver qué es esto? ¿Qué hago yo allí? ¿Se me está yendo la pinza? ¿Qué tengo que demostrarme a mí misma? ¿Acaso tengo que ocultarme que tengo ganas de ir? ¿Por qué tengo que mentir cuando la mentira me desagrada tanto? ¿Por qué me estoy haciendo tantas preguntas? ¿Por qué no voy y punto? ¿Por qué no empiezo a actuar de forma coherente? ¿Con lo fácil que sería bajarme las peliculas y verlas en casa? ¿Y si todo está lleno de gente rara y me siento fatal en el momento en que entre al cine? ¿Y si hay alguien conocido dentro del cine y me ve? ¿De verdad tienes que hacer esto? ¿Seré imbécil? ¿Acaso no es una buena oportunidad para dar un paso más en este viaje de autodescubrimiento? ¿Qué puedo perder? ¿Qué puedo ganar?

Ejem...

Al final, me dije que por el camino lo pensaría. Y si en algún momento me sentía mal, me volvía a casa y punto. No tengo que forzarme a nada. Se trata de ir poco a poco probando sensaciones.

Cual fue mi sorpresa que llegué al cine, pagué la entrada (más barata de lo normal, por cierto, lo cual atribuí ingenuamente a una de esas señales de la vida que te dice: "ves, no es para tanto, estás en el momento adecuado en el lugar oportuno, sigue adelante") y entré en la sala sin duda ninguna. Con las ideas claras. De hecho, al entrar en la sala recuerdo haber respirado aliviada, fue como otro de esos momentos de liberación personal que tan bien me hacen sentir. Había gente de todo tipo. Sí es verdad que por lo general abundaban las mujeres, pero también había hombres. Y había alguna que otra pareja de mujeres haciéndose carantoñas, lo cual me provocó de nuevo una sensación de ternura y fascinación a la que últimamente -afortunadamente- me estoy aficionando demasiado. No estaba mal. No era ningún bicho raro. La película fue bonita, especialmente el final, que llegó a sorprenderme. Lo único desagradable fue notar que, como siempre, la gente empezó a hacer ruidos y a levantarse e irse antes de que salieran los créditos, cuando además la melodía que sonaba en ese momento era realmente preciosa y lo que cruzaba el interior, una sensación muy especial. Pero esto de la falta de estética y sensibilidad de algunas personas no es algo nuevo.

Salí y regresé a casa contenta, liberada, llena de satisfacción por haber dado un nuevo paso con el espejo en mi mochila. Y no haber salido chamuscada en el intento, sino todo lo contrario: mucho más tranquila y aclarada. De hecho, hoy repito. Segurísimo.

Ésta es la canción de los créditos de la peli que vi. Tan hermosa. Siempre me recordará uno de estos momentos especiales en este largo y cada vez más sensacional viaje.





30 mar 2011

Día cinco: un sueño

Esta noche he soñado. Hasta ahí no hay nada excepcional, sueño muchas noches y algunas noches muchos sueños. Pero esta noche me he despertado por culpa del sueño. Algo que tampoco es excepcional, porque o mis sueños son muy intensos o es que tienen la maldita manía de empezar siendo preciosos y terminar en pesadilla. A lo mejor es un coletazo de mi extremado interés por mantener la intriga al escribir historias. Como en esos guiones de series y películas en las que al mismo personaje le pasan todas las cosas al tiempo. Algo que le deja a una un tanto agotada después de dormir, a veces incluso la vida parece infinitamente aburrida al lado de eso, aunque también devuelve enseguida una serenidad envidiable al darte cuenta de que tan sólo era un sueño y tú sigues donde te quedaste.

Después de esta extensa introducción, voy al grano. He soñado que les decía a mis dos mejores amigos (o mejor dicho, a la que fue mi mejor amiga de infancia, y al que es mi mejor amigo ahora) que me gustaban las mujeres. Y se lo confesaba en medio de las lágrimas. De hecho, cuando me he despertado, estaba realmente llorando. De ahí viene lo extraño.

Yo no sé si esta es la respuesta a una frustración, si mis ganas de ir poco a poco construyendo mi mundo están empezando a apoderarse de mí y de esta sensación de hermetismo bajo la que me encuentro. No sé si esta celda se está quedando demasiado pequeña... y voy a necesitar abrir ya la puerta. Durante este tiempo siempre me he planteado que antes de decir nada a nadie intentaría aclararme yo misma y estar segura. Ir a mi aire, básicamente. Poco a poco, voy llenando este dibujo de colores y de rayos de luz. Pero siento que necesito más tiempo... Es pronto, y no tengo ninguna prisa.

Y luego llorar. ¿Por qué estaba llorando en el sueño? ¿Qué me suscitaba tanta presión como para sentirme así de ahogada? Con la calma y felicidad que ahora mismo recorre mi pequeño universo... ¿Me estoy involucrando demasiado conmigo misma y debería simplemente dejarme llevar?

¿Es que mi casita ya está construida y ahora necesito abrir las ventanas para que se cuele el aire? No lo sé. Por un lado, tengo miedo a que el aire que entre desestabilice la casita porque aún la veo bastante desnuda. Y por otro lado, el sueño de esta noche me ha desconcertado completamente.



Muchacha en la ventana, de Salvador Dalí





27 mar 2011

Simplemente una metáfora

¿Por qué nunca me he atrevido a dar el paso que estoy dando ahora? ¿Por qué he tenido miedo tantas veces cuando me fijaba en la sonrisa de una chica, en su pelo, en sus labios? ¿Por qué he sido yo misma mi única y más árida censora? ¿Y por qué siento tanta libertad y placidez ahora que no me impongo nada a mí misma? ¿Por qué simplemente sentir sin formas ni encajes es tan grato y reconfortante?

A lo mejor antes me encontraba en lo alto de un castillo que había ido construyendo a lo largo de mucho tiempo y dedicación. Quizá sintiese vértigo al mirar al suelo desde lo alto de la torre. Quizá no debiera haber dado por sentado ni una sola palabra de las que pronunciasen cada una de sus paredes.

El castillo que había construido era de arena. Y quien se sube a lo alto de un castillo de arena, por más seguro que esté de hallarse pisando el suelo -porque lo está-, puede llevarse una sorpresa en cuanto una ola se aproxime.

Y yo, un buen día, me caí desde la torre más alta del castillo con un simple soplo de aire. Es más, ahora que lo pienso, según nacemos a todos nos van colocando a las puertas de un castillo y nos hacen soñar con vivir dentro. Palacios de cristal. Tal vez no sea la única persona que se ha esmorrado. Ojalá nos colocasen sólo en el desierto, para trazar poco a poco, en nuestras soledades, un hogar de agua.

Ahora me conformo con empezar a construir una casita: cuatro paredes y un techo. Nada más. Lo bonito estará dentro. Eso sí: la casita, de ladrillo. Y poco a poco. Muy lentamente. Para que el cemento vaya secándose y no vengan olas ni soplos de aire a derribarlo.



26 mar 2011

Día cuatro: aullando

Había varias cosas que se entrecruzaron hoy en mi cabeza y sobre las que me apetecía escribir.

En cambio, voy a reservarlas para otro momento. Lo que supone, de otro modo e inevitablemente, triturarlas un poquito más en esta incansable mente.

No puedo evitar dedicarle unas líneas a una película recién estrenada que me ha impresionado notablemente. O que me ha atrapado, siendo precisos. No sé si porque últimamente el cine está lleno de mediocridad, y por ello, como siempre, lo poco bueno (y desapercibido) que aparece resalta mucho más si llegas a descubrirlo. O simplemente porque es una gran película. De ésas que hacen reflexionar, que cambian una visión prefijada de las cosas (o incluso varias), que marcan un antes y un después en la concepción que uno tiene de algo, por ínfimo que sea ese algo.

"Howl". Aullido. La película sobre el mítico poema de Allen Ginsberg. Tengo que confesar que llegué a la película únicamente por mi interés en la literatura norteamericana del siglo xx. Últimamente me ha vuelto a dar por la poesía, y me pareció curioso perderme durante un rato en una película sobre ello. Era como asistir a un recital, pero con el pijama puesto.

Lo que no me esperaba es que hubiera más que eso. Ya era suficiente. Los tres temas que atraviesan el argumento, el proceso de creación poética, la libertad de expresión y la homosexualidad, me sumergieron hasta tal punto que me embobaran durante la hora y media que dura. Con esa sensación de haber hallado una pequeña e inapreciable joyita que estaba, de nuevo ahí, esperándote. Qué más se puede pedir.

Y me ha devuelto una cuestión a la que ya llevo tiempo dándole vueltas y sobre la que tengo ganas de investigar: literatura y homosexualidad. ¿Es casualidad que haya tantos brillantes poetas y escritores homosexuales? ¿Tiene que ver con su sensibilidad ante las cosas/personas? ¿Es algo más profundo?

Magnífico guión, magnífica interpretación (especialmente la de James Franco), magnífico ritmo, magnífica banda sonora (sobre todo la canción de Prophecy que se alterna a lo largo de toda la cinta).

Innumerables pensamientos los que se van cruzando a medida que pasan los minutos, los versos, la historia, las imágenes, las entonaciones. Me alegro de haberla visto, porque me siento como si hubiera subido otro peldaño más en mi experiencia personal.

De nuevo otra pequeña revelación, que se cruza de casualidad en medio del camino de este viaje hacia una misma.




Anoto a continuación dos de las cosas que más me han llamado la atención, aunque no olvidaría tener papel y lápiz a mano mientras se ve la película.

“Lo que una profecía es, en verdad, no es saber si la bomba caerá en 1942. Es saber y sentir algo que alguien sabrá y sentirá cientos de años más adelante.”

* * *

Estaba seguro que suponer ser heterosexual era algo que estaba mal en mí.
 Y el Dr. Hicks lo seguía diciendo: “¿Qué quieres hacer? ¿Cuál es el deseo de tu corazón?”
Finalmente dije: lo que realimente quiero hacer es renunciar a todo esto y vivir en una pequeña habitación con Peter, dedicarme a mis escritos y la contemplación y follar y fumar marihuana y hacer lo que quiera.
Y me dijo: “Entonces, ¿por qué no lo haces? “
Pienso, qué va a pasar si me hago viejo y con manchas de orina en mi ropa interior y estoy viviendo en habitaciones amuebladas y nadie me ama y tengo el pelo canoso y no tengo dinero, con las migas de.. tiradas en el suelo?
Y él me dijo: “No te preocupes de eso. Eres encantador y amable, la gente siempre te amará.”
¡Qué alivio escuchar eso! Me di cuenta de que todo era una trampa de miedo.  Ilusoria.




Nota mental: obligatorio verla en versión original, no me quiero imaginar el estropicio que habrán montado con el doblaje al español.


25 mar 2011

Día tres: déjà vu

A veces la vida tiene esos giros inesperados que devuelven a tu rostro de pasmada una gran sonrisa. Son esas cosas geniales que, sin saber muy bien cómo ni por qué, están ahí esperándote solamente a ti. Y te transmiten una sensación especial: un saber que estás en el momento adecuado en el lugar oportuno. Esa especie de "señal".

Hoy mientras me duchaba he recordado lo que una mujer me dijo hace muchos años, cuando aún era una niña: "primero, las chicas como tú suelen salir a divertirse con otras chicas; después, cuando pasan los años, salen sólo con un chico ya de paseo y esas cosas, ya me entiendes".

Y yo que, una vez más, me veo nadando a contracorriente. Al revés que el resto de las cosas y el resto de las personas: después de salir con chicos a divertirme, cómo desearía salir ahora con una sola chica, ya de paseo... y esas cosas.

Pero qué sensación más agradable ésta. Va a ser la primavera...

Además, después de una mañana genial en la que todo ha ido viento en popa a toda vela, he salido del trabajo y en el primer banco que había sin tan siquiera caminar más dos pasos, había dos chicas. Una con los ojos cerrados tumbada sobre el regazo de otra, y ésta con su brazo extendido por el vientre de la que estaba tumbada, jugando tímida y relajadamente a cosquillearla por debajo de la camiseta. El sol luciendo con fuerza, los pájaros cantando al mediodía, ni gente ni ruido. Era una escena tierna. Era algo más que una casualidad.

Y a mí en ese momento el olor del aire me ha devuelto unas ganas tremendas de convertirme en primavera para surcar el universo.


23 mar 2011

Día dos: algo maravilloso

El otro día caminaba por la calle y, mientras estaba detenida en un semáforo, observé a dos chicas por la acera de enfrente que paseaban cogidas de la mano. Me fijé bien, pensando que a lo mejor era una ilusión óptica, subconsciente, proyectada, espiritual, fantástica, freudiana o nebulosa producida por mi confusión interna (últimamente no sé por qué pero hay demasiado de esto sucediendo mágicamente alrededor de una). Efectivamente iban de la mano y eran dos chicas, cada una con su bolso, sus andares, sus pelos, sus pensamientos, su vida, sus cosas... En ese instante se dieron un beso en los labios, así muy fugaz. Lo suficiente como para que mis ojos les siguieran con la mirada. Y siguieron caminando hasta diluirse entre la multitud al fondo de la calle.

De repente y sin preverlo, una sensación extraordinaria me inundó: una especie de mezcla proporcionada entre cosquillas, plenitud, ternura, liberación, felicidad, belleza, más liberación, empatía y comprensión. Sí, todo eso erizó mi piel a través de mis ojos. Y me sentí muy libre.

Creo que es el primer día que he dejado de tener miedo. Y he pasado a tener ganas.



20 mar 2011

Diálogo

Hablando sobre  los líos y desvaríos provocados desde que rompí mi primera y última relación sentimental, mi madre intentando consolarme añade lo siguiente:
- No te preocupes, hija. Hay muchos peces en el mar. Seguro que existe un chico sensato que un día te quiere como eres y no te pide nada a cambio.
Y yo me sonrío pensando en la única palabra que no me gusta de esa frase…
Digo en silencio: ojalá no sea un chico.

Día uno: despertando con los ojos abiertos


Qué más da cómo me llame. Lo cierto es que he vivido toda mi vida como una persona ni más ni menos normal que cualquiera de las que me rodea. Todo estaba estructurado y organizado. Mis planes iban creciendo y mis fantasías de niña se iban poco a poco construyendo. Había cosas que no encajaban, claro. Y yo era consciente. Sin embargo, se lo atribuía a la vida y a sus desajustes. No todo puede ser perfecto, ideas repentinas que se cruzan y entrecruzan. Bah, qué tontería, qué complicación innecesaria.
 Siempre me ha gustado reflexionar sobre las cosas, quizá por mi carácter calmado y apacible, o por mi loca mente de escritora frustrada que se pregunta el sentido de la vida antes si quiera de vivir. El problema es que nunca se me ha ocurrido, o mejor dicho, no he querido afrontar ni siquiera un momento de reflexión sobre mí misma hasta hace unos meses. Y ya voy teniendo unos veintitantos añitos.  
No eran sólo miradas, no eran sólo vibraciones, no era una tontería ni un desajuste el que me gustase una chica. No era absurdo que una fotografía o una escena de una mujer desnuda me transmitiera más ternura y fascinación que los besos que me daba en los labios aquel hombre del que por un tiempo llegué a estar enamorada. Era algo que iba fraguando y latiendo en mi interior, desde antes quizá de ser consciente, al mismo tiempo que mi exterior se afanaba por no darle importancia y por pensar que no tenía ningún sentido. Era mejor como siempre había venido siendo. ¿Mejor? ¿Más fácil? ¿Más sensato? ¿Más sincero? ¿Con él, con una mierda de planes o conmigo misma?
Estaba asustada. Es cierto que existen sudores fríos. Por una tontería –una idea remota, una cabezonería, que se puso más pesada de lo normal—, el mundo de repente se me venía encima. Todo lo que había ido construyendo, y todos los planos y proyecciones que yo misma había dibujado en mi mente.  Esa tontería contra todo y contra mí.
Entonces es cuando un buen día me senté. Me calmé. Respiré hondo. Y reflexioné. Y me di cuenta de que el sol no me había dorado la cabeza aquella tarde, ni tan siquiera era un catarro mal curado, ni tampoco la respuesta lógica al hecho de que aquel hombre por quien habría dado la vida te diga que ya no te quiere.  Era la sucesión de una cascada de verdades que había desterrado en lo más remoto de mi memoria, de lo que yo misma era. Quizá una oportunidad. Y desde aquel día, he empezado a trazar un nuevo camino. Yo sola. Es lo que necesito. Pero también se me ha ocurrido que para ir reflexionando poco a poco sobre lo que me encuentro en mi nuevo viaje hay una buena forma de afrontarlo de la mejor forma que sé: escribiendo.
Quizá sean los primeros pasos de una vida que, sencillamente, yo vivo. Por primera vez. Y no contra mí. Sino conmigo misma.
Y el resto de la historia... queda por escribirla. Estas líneas son simplemente un ejercicio personal.
De momento, afronto lo más importante: soy mujer, y me gustan las mujeres.