15 sept 2011

Día catorce: multitudes y soledad

Ayer de nuevo vi dos mujeres darse un beso en los labios en el interior de un coche. Fueron unos segundos, apenas, pero me dio la sensación de que duró una eternidad. Esta vez ya no me eché a temblar. Me quedé mirando fijamente, como embobada, intentando llenarme del romanticismo que se desprendía, casi sin querer, de la escena. El atardecer también ayudaba, claro. Hasta que me di cuenta de que estaba siendo un poco descarada, y entonces pensé que sería más acertado dejarlas algo de intimidad. Pero aún tuve la tentación de volverme al haberlas sobrepasado por la acera. Y al ver sus siluetas en el interior del coche, me sonreí. Y una tremenda sensación de plenitud me fue, de pronto, devuelta.

Me sucedió algo más. Me sentí consciente por primera vez de la idea que surcó por mi mente sin querer borrarla inmediatamente. Pensé en que el mundo sería sin duda más sencillo si estuviéramos acostumbrados a contemplar escenas así con más frecuencia. La excepcionalidad de dos mujeres besándose es lo que le confiere ciertos rasgos de atractivo exotismo para algunos, un vértigo en el estómago para otros, la mayor de las extrañezas seguidas de un gesto de conmiseración para otros. Pero, ¿qué ocurriría si de cada diez parejas que nos cruzaramos por la calle paseando de la mano tres estuvieran formadas únicamente por mujeres? ¿Acaso seguiría costando tanto mostrarse en la misma situación? ¿Acaso sería tan raro y duro confesárselo a tus amigos, a tu familia? ¿No estarían más acostumbrados?

En cierto modo, lo que me pasó es que me sentí identificada. Es tan difícil luchar por algo cuando estás tú solo, que el simple hecho de saber que hay más gente como tú, te tranquiliza. Aunque la batalla sea igual de difícil. La sociedad nos influencia más de lo que nos gustaría. Y por mucho que una tenga sus creencias, sus valores, su moral, a veces es agradable sentirse entre la mayoría, más que por la comodidad de esto, por no estar en la incomodidad y presión de formar parte de la minoría.

Por un momento ayer hube deseado que toda la calle y toda la ciudad y todo el mundo estuviera lleno de parejas de mujeres besándose. Una idea un poco estúpida, lo sé. Pero entonces yo también te habría besado sin complejos, si hubieras estado a mi lado. Me duele admitir que, de momento y en este escenario, no puedo besarte ahí fuera, más que en alguna que otra ocasión en la que tendemos a olvidar todo lo demás y dejarnos llevar. Pero espero ganar la fuerza que me ayude a hacerlo algún día, contigo a mi lado.



  

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Besito+Abrazuki :-)

Punto dijo...

Y ojalá entonces, como ahora, todo lo demás -todo el mundo- desaparezca momentáneamente, llenándose de vida al mirar a tus ojos. Y nada más importe que eso.
:-)