Qué más da cómo me llame. Lo cierto es que he vivido toda mi vida como una persona ni más ni menos normal que cualquiera de las que me rodea. Todo estaba estructurado y organizado. Mis planes iban creciendo y mis fantasías de niña se iban poco a poco construyendo. Había cosas que no encajaban, claro. Y yo era consciente. Sin embargo, se lo atribuía a la vida y a sus desajustes. No todo puede ser perfecto, ideas repentinas que se cruzan y entrecruzan. Bah, qué tontería, qué complicación innecesaria.
Siempre me ha gustado reflexionar sobre las cosas, quizá por mi carácter calmado y apacible, o por mi loca mente de escritora frustrada que se pregunta el sentido de la vida antes si quiera de vivir. El problema es que nunca se me ha ocurrido, o mejor dicho, no he querido afrontar ni siquiera un momento de reflexión sobre mí misma hasta hace unos meses. Y ya voy teniendo unos veintitantos añitos.
No eran sólo miradas, no eran sólo vibraciones, no era una tontería ni un desajuste el que me gustase una chica. No era absurdo que una fotografía o una escena de una mujer desnuda me transmitiera más ternura y fascinación que los besos que me daba en los labios aquel hombre del que por un tiempo llegué a estar enamorada. Era algo que iba fraguando y latiendo en mi interior, desde antes quizá de ser consciente, al mismo tiempo que mi exterior se afanaba por no darle importancia y por pensar que no tenía ningún sentido. Era mejor como siempre había venido siendo. ¿Mejor? ¿Más fácil? ¿Más sensato? ¿Más sincero? ¿Con él, con una mierda de planes o conmigo misma?
Estaba asustada. Es cierto que existen sudores fríos. Por una tontería –una idea remota, una cabezonería, que se puso más pesada de lo normal—, el mundo de repente se me venía encima. Todo lo que había ido construyendo, y todos los planos y proyecciones que yo misma había dibujado en mi mente. Esa tontería contra todo y contra mí.
Entonces es cuando un buen día me senté. Me calmé. Respiré hondo. Y reflexioné. Y me di cuenta de que el sol no me había dorado la cabeza aquella tarde, ni tan siquiera era un catarro mal curado, ni tampoco la respuesta lógica al hecho de que aquel hombre por quien habría dado la vida te diga que ya no te quiere. Era la sucesión de una cascada de verdades que había desterrado en lo más remoto de mi memoria, de lo que yo misma era. Quizá una oportunidad. Y desde aquel día, he empezado a trazar un nuevo camino. Yo sola. Es lo que necesito. Pero también se me ha ocurrido que para ir reflexionando poco a poco sobre lo que me encuentro en mi nuevo viaje hay una buena forma de afrontarlo de la mejor forma que sé: escribiendo.
Quizá sean los primeros pasos de una vida que, sencillamente, yo vivo. Por primera vez. Y no contra mí. Sino conmigo misma.
Y el resto de la historia... queda por escribirla. Estas líneas son simplemente un ejercicio personal.
De momento, afronto lo más importante: soy mujer, y me gustan las mujeres.
2 comentarios:
En primer lugar gracias por tu comentario en mi blog.
En segundo, enhorabuena por ser sincera contigo misma, empezar a descubrirte y gracias por compartirlo con nosotros. Te sigo. Un saludiño!
Enhorabuena por tu blog y, sobre todo, por haber decidido comenzar una nueva vida siéndote sincera a tí misma y a tus sentimientos.
Eso lo compartimos.
Mucho ánimo. Un saludo!!
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