27 mar 2011

Simplemente una metáfora

¿Por qué nunca me he atrevido a dar el paso que estoy dando ahora? ¿Por qué he tenido miedo tantas veces cuando me fijaba en la sonrisa de una chica, en su pelo, en sus labios? ¿Por qué he sido yo misma mi única y más árida censora? ¿Y por qué siento tanta libertad y placidez ahora que no me impongo nada a mí misma? ¿Por qué simplemente sentir sin formas ni encajes es tan grato y reconfortante?

A lo mejor antes me encontraba en lo alto de un castillo que había ido construyendo a lo largo de mucho tiempo y dedicación. Quizá sintiese vértigo al mirar al suelo desde lo alto de la torre. Quizá no debiera haber dado por sentado ni una sola palabra de las que pronunciasen cada una de sus paredes.

El castillo que había construido era de arena. Y quien se sube a lo alto de un castillo de arena, por más seguro que esté de hallarse pisando el suelo -porque lo está-, puede llevarse una sorpresa en cuanto una ola se aproxime.

Y yo, un buen día, me caí desde la torre más alta del castillo con un simple soplo de aire. Es más, ahora que lo pienso, según nacemos a todos nos van colocando a las puertas de un castillo y nos hacen soñar con vivir dentro. Palacios de cristal. Tal vez no sea la única persona que se ha esmorrado. Ojalá nos colocasen sólo en el desierto, para trazar poco a poco, en nuestras soledades, un hogar de agua.

Ahora me conformo con empezar a construir una casita: cuatro paredes y un techo. Nada más. Lo bonito estará dentro. Eso sí: la casita, de ladrillo. Y poco a poco. Muy lentamente. Para que el cemento vaya secándose y no vengan olas ni soplos de aire a derribarlo.



1 comentario:

Laura dijo...

Las cosas con paciencia salen mejor... poco a poco... que vayan tomando consistencia, que se solidifiquen pero que lo hagan al 100%. Si hacemos las cosas con prisas saldrán más y seguramente tardemos más en llegar al final.

Un beso